galería Neomachismo conservador, neomachismo progre

Autora: Ana de Miguel Álvarez.

Ha pasado ya un tiempo desde que Cristine Delphy se preguntara quién era el enemigo principal en la lucha de las mujeres, el capitalismo o el patriarcado. Es decir quién detentaba la responsabilidad del despojamiento histórico de derechos a las mujeres, de la elaboración de una ontología diferencial que pone en marcha los mecanismos políticos y económicos para subordinar a las unas a los otros. La propia formulación de la pregunta señala al patriarcado como un sistema autónomo de dominación, que correlaciona con todos los sistemas políticos y económicos conocidos hasta la fecha. Un sistema de dominación que está hoy en proceso de transformación pero cuyo núcleo duro permanece bastante inamovible. La teoría feminista busca y afila cada vez más y mejor sus análisis sobre cómo se reproduce y sobre cómo interiorizamos tal orden social, pero el problema es que la realidad parece querer ir por otro lado. Vuelta que vuelta cada generación se enfrenta a los viejos problemas que aún no se han resuelto y además surgen problemas nuevos.

Ante esta persistencia del núcleo duro del patriarcado y la constatación de valores y conductas profundamente desigualitarias entre las jóvenes generaciones es frecuente que feministas de larga trayectoria, en expresión de Carmen Galdón, se flagelen una y otra vez al grito de: ¡Algo habremos hecho mal! No me cabe duda de que en las últimas décadas y en el nombre del feminismo se han dicho y escrito discursos que han socavado la unión y la fuerza de nuestra lucha, pero también hay otras razones de las que ni la confusión ni la ignorancia son las responsables.

Cuando pensamos el patriarcado dirijamos nuestros ojos a los hombres, nuestros compañeros de viaje y camaradas en otras luchas. Tal vez una respuesta sencilla para explicar la pervivencia del núcleo duro del sistema sea ésta: mientras los hombres no se apunten en más cantidad a derribar su “núcleo irradiador” las mujeres nos seguiremos agotando en una lucha que nos conduce a ser sólo un capítulo de la Historia con Mayúsculas.


Cuando pensamos el patriarcado dirijamos nuestros ojos a los hombres. Mientras los hombres no se apunten en más cantidad a derribar su “núcleo irradiador” las mujeres nos seguiremos agotando.


El capítulo sobre las mujeres.

Quisiera traer a este respecto unas reflexiones sobre la necesidad de que los hombres se involucren a la lucha de las mujeres. La pregunta habitual al respecto es ¿qué podemos hacer para que cambien los hombres? El marxismo nos dice que ningún grupo social renuncia a sus privilegios voluntariamente y estamos de acuerdo. Pero entonces, ¿cómo obligarles? Los hombres por la Igualdad son una esperanza consolidada, llevan años reflexionando y escribiendo, cooperando a comprender el sistema de dominación y proponiendo alternativas que se han centrado en la defensa de las nuevas masculinidades.


Los hombres por la Igualdad son una esperanza consolidada, llevan años reflexionando y escribiendo, cooperando a comprender el sistema de dominación y proponiendo alternativas que se han centrado en la defensa de las nuevas masculinidades.


Sin embargo, en la actualidad también están aflorando unas nuevas- viejas masculinidades que cada día elevan más la voz para formular discursos de rechazo a la construcción de un mundo igualitario, codo con codo con las mujeres. Las prefieren dedicadas a sus cosas de siempre aunque ahora declaren elevando mucho la voz, con pasión y mala educación si es necesario que es su “libre elección”: “Me dedico a la crianza de apego porque me sale del coño”, “nunca me he sentido tan putamente libre como cuando he salido desnuda”. En estos nuevos-viejos discursos ser feminista consiste en hacer lo que a cada una le sale del coño. A este individualismo le llaman feminismo, pero en realidad es una mera declaración de preferencias individuales (o coñales), que nada tiene que ver con una teoría o una práctica colectivas.

Y mientras algunas se dedican con arrobo a contemplar y describir qué sale de sus partes sexuales, otros siguen perpetuándose en el poder simbólico y han ido armando un nuevo discurso que, por tratar de analizar mejor, calificaremos de neomachismo progre y neomachismo conservador.

El neomachismo conservador puede recibir este nombre, frente al machismo de toda la vida, porque asume como cierto -y condenable- el que en su día, “en un pasado lejano y remoto”, sí había desigualdad. Y también suele aceptar sin problemas que en otras culturas o países puede seguir habiendo desigualdad. Lo que se defiende con fuerza es que en la sociedad “nuestra” ya hay absoluta igualdad entre los sexos. Y, en consecuencia, cualquier política de acción positiva o cualquier “cuota” es una imposición propia de “feminazis”. El punto en que más se está concentrando este discurso es en la crítica a la Ley Integral contra la violencia de género. La ley es para ellos una muestra de la desigualdad que ahora sufren los pobres e indefensos hombres. En resumen, un discurso que parte de la defensa de la igualdad para acabar tachando de “feminazis” a quienes señalan la persistencia y gravedad de las desigualdades.


El neomachismo conservador lo que se defiende con fuerza es que en la sociedad “nuestra” ya hay absoluta igualdad entre los sexos. Y, en consecuencia, cualquier política de acción positiva o cualquier “cuota” es una imposición propia de “feminazis”.


El neomachismo progre se caracteriza por asumir el feminismo de palabra y asegurar que sigue siendo necesario o incluso “que es más necesario que nunca”. Eso sí, los neomachistas progres evitan cuidadosamente haber leído siquiera un solo libro en que se explique qué es tal cosa. “Nosotros somos feministas” “el feminismo es muy importante” y de ahí no les sacas. Por lo tanto es una especie de feminismo enunciativo o declarativo. Sin apenas consecuencias para sus privilegios patriarcales. ¿Saber quién fue Mary Wollstonecraft o Flora Tristan? ¿Para qué? Eso, mejor se lo preguntas a las compañeras. Nosotros, eso sí nos damos golpes en el pecho, “nos queda todo por aprender”. Si se les pregunta por temas como la prostitución sus asesoras les han preparado una respuesta muy buena: “es un tema muy complejo”, “aún no hemos tomado una postura”. Con estas maniobras dilatorias observamos con estupor que demasiados compañeros de la nueva política – véase el caso griego, ni una mujer en el gobierno y tan frescos, “todo para el pueblo pero sin las mujeres” parece su lema- no están dispuestos a tomarse en serio la relación de la desigualdad de las mujeres con todo el resto de las desigualdades humanas. Que para ellos los problemas de las mujeres no son problemas de seres humanos, no son problemas de la sociedad, no tienen potencia política suficiente. Son “problemas de mujeres”.


El neomachismo progre se caracteriza por asumir el feminismo de palabra y asegurar que sigue siendo necesario o incluso “que es más necesario que nunca”. Pero con maniobras dilatorias observamos con estupor que demasiados compañeros de la nueva política no están dispuestos a tomarse en serio la relación de la desigualdad de las mujeres con todo el resto de las desigualdades humanas.


Ante esta conocida situación, que es la de siempre, las feministas se ven – nos vemos- obligadas a seguir haciendo “pedagogía”, siempre encerradas en el aula de la pedagogía, como denuncia Laura Nuño, obligadas a seguir dedicando buena parte de nuestras energías a explicar una y otra vez, ya sea desde los centros de educación hasta los partidos políticos qué es eso del feminismo, de la igualdad. Mientras ellos, nuestros compañeros, a seguir conservando sus privilegios y a gobernar el mundo. Un mundo cada vez más desigual y violento.


Las feministas se ven – nos vemos- obligadas a seguir haciendo “pedagogía”, obligadas a seguir dedicando buena parte de nuestras energías a explicar una y otra vez qué es eso del feminismo, de la igualdad. Mientras ellos, nuestros compañeros, a seguir conservando sus privilegios y a gobernar el mundo. Un mundo cada vez más desigual y violento.



ANA DE MIGUEL es profesora Titular de Filosofía Moral y Política en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. En la actualidad dirige el curso de “Historia de Teoría Feminista” del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid. Autora, entre otros libros, de Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección (2015)

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